nos muestra a menudo como entre las prácticas que intersectan desde diferentes ámbitos profesionales y académicos, el alumnado y el profesorado destacan especialmente las dimensiones más relacionales (Smith y Yaukawa, 2017).

El enfoque del aprendizaje por competencias –especialmente a partir de la introducción de los currículos LOE – ha contribuido también a modificar algunos roles tradicionales del profesorado. La perspectiva competencial en FP –defendida por acercar el aula al mundo real del trabajo, pero en ocasiones criticada por presentar una atomización de los saberes descontextualizadora– reforzará el rol del profesorado como facilitador, acompañante y dinamizador de las relaciones, tanto dentro del aula, como entre el aula y el contexto laboral y social de la profesión.

Y si los cambios que propician los currículos competenciales, entre otros, aceleran esta dimensión relacional del trabajo del profesorado de FP, las restricciones de la pandemia de 2020 aceleran un cambio ya iniciado hace tiempo. La extensión generalizada de los medios digitales y la no presencialidad transforman la propia relación de aprendizaje, obligando a imaginar nuevas formas de organización, presentación y distribución del conocimiento que trastocan también hasta cierto punto, las posiciones de buena parte del profesorado y el alumnado y la forma de aprender y enseñar, evidenciando, más que nunca, la necesidad de desarrollar competencias profesionales que faciliten al profesorado guiar y acompañar al alumnado en su formación y en la búsqueda de sus caminos profesionales.

En este contexto de cambios, desde el programa OrientaFP reivindicamos la necesidad de normalizar espacios de reflexión como base y como impulso de una mejora del capital profesional del profesorado de FP que facilite una mejor orientación y acción tutorial. En este sentido, hacemos nuestras las palabras de A. Domingo y V. Gómez Serés cuando, en su defensa de la práctica reflexiva docente como competencia transversal del profesorado afirman que “(…) un profesional es competente no solo porque manifieste conductas que expresen la existencia de conocimientos y habilidades que le permitan resolver adecuadamente los problemas profesionales, sino también porque siente y reflexiona sobre la necesidad y el compromiso de actuar en consecuencia con sus conocimientos, habilidades, motivaciones y valores, y con flexibilidad y constancia en la solución de los problemas que le plantea la práctica profesional“(Domingo y Gómez, 2014).